Relaciones de pareja: lo que hablamos en terapia
La pareja es una aventura que algunas personas deciden perseguir y es, sin duda, una de las relaciones sociales más ricas y complejas que puede ser fuente de tranquilidad, felicidad y bienestar; pero también de incertidumbre, conflicto y sufrimiento.
En nuestro trabajo como psicólogos y psicoterapeutas, especialmente con personas adultas, hay un tema que adquiere presencia frecuentemente en las conversaciones que tienen lugar dentro de la consulta, sin importar el sexo, género, edad u orientación sexual de quienes acuden: las relaciones de pareja.
Sin importar si se encuentran en una relación, han pasado por una ruptura reciente o antigua, están en búsqueda activa de una pareja o han decidido cerrar la puerta al amor, las inquietudes sobre las relaciones de pareja aparecen de forma constante. En algunas ocasiones es el motivo principal de consulta, en otras es un aspecto que puede adquirir progresivamente o de manera puntual un lugar más central en el proceso terapéutico.
En muchos casos, la intención es práctica y concreta, pues se espera resolver un conflicto, tomar decisiones importantes, abordar malestares presentes o revisar y sanar heridas del pasado. Sin embargo, en otras ocasiones, la motivación es más existencial e incluso intelectual: un deseo genuino de comprender mejor nuestros vínculos y relaciones, identificar las expectativas que tenemos al buscar el amor e iluminar aquellos aspectos de nosotros mismos que nos llevan en un momento determinado a elegir a una persona y no a otra como nuestra compañera, muchas veces a riesgo de repetir viejos patrones.
A continuación, compartimos algunos de los temas más recurrentes que suelen emerger en las sesiones:
- La elección de pareja
Las comedias románticas nos han vendido una idea de azar y casualidad en la conformación de una pareja, con imágenes comunes como las de tropezar en la calle, parar el mismo taxi o coger por error el café del otro. La otra fórmula común es la idea del destino, abusando de los encuentros y coincidencias recurrentes, del vuelo que no pensabas tomar o el trabajo que no querías coger, pero que termina “llevándote” a esa persona.
Quienes hemos estado ahí en el ruedo, sabemos que este tipo de cosas son en realidad poco comunes y que, sobre todo con la edad, tendemos a ser cada vez un poco más selectivos para conformar una pareja. Este proceso está poderosamente influido por nuestras experiencias vinculares tempranas, teniendo un peso significativo las relaciones con nuestras figuras principales de apego, nuestras carencias y nuestras expectativas afectivas.
La terapia suele ser un espacio para poder explorar nuestros estilos vinculares a la hora de entablar relaciones (no solo las de pareja) y poder identificar el lugar desde el cual nos relacionamos con el otro a modo de expectativa o necesidad afectiva (desde el miedo, la carencia, el temor al abandono o a no ser querido, desde la expectativa de encontrar un compañero, un igual, entre otros). Por ejemplo, una persona puede llegar a comprender que su tendencia a establecer relaciones de pareja con personas distantes o inaccesibles emocionalmente, así como el afán por querer obtener su amor, atención y aprobación guarda una relación estrecha con el tipo de relación que tuvo con sus padres en el pasado.
- El mito de la media naranja
La idea de que existe una persona destinada a completarnos es una narrativa poderosa, que a muchas personas que apuestan por una relación de pareja les confiere esperanza a lo largo del tiempo, pero también es una idea potencialmente dañina. Este mito puede llevarnos a postergar decisiones, a idealizar a la pareja o a tolerar dinámicas disfuncionales en nombre del amor “único y verdadero”. En consulta, no es raro escuchar frases como “sé que no es la persona adecuada, pero siento que es mi otra mitad”. También puede contribuir a la dependencia emocional, en tanto se defiende la idea de “a su lado me siento una persona completa” y “no sé qué sería de mi si no estuviera en mi vida”.
Asimismo, este mito entraña el riesgo de andar por el mundo sintiéndonos seres incompletos, alimentando una sensación de vacío que quizá no llegue a llenarse nunca, incluso a pesar de que llegue a encontrarse una pareja. Muchas personas que se proponen superar y cuestionar esta creencia pueden vivir un proceso liberador, que les permita salir de consulta con una identidad y autoestima mucho más fortalecidas, así como construir vínculos más realistas y saludables.
- Estándares y red flags
Complementando la idea de la elección de pareja y, en contraposición a esos componentes un poco más involuntarios o que no están en la superficie plena de nuestras decisiones al conformar una pareja, encontramos los estándares, que aluden a una serie de características personales y cualidades de la relación que buscamos en el otro de una forma un poco más activa, consciente y voluntaria.
Los estándares hacen referencia a cuestiones fundamentales para la relación de pareja como la confianza, la seguridad, la intimidad, la sexualidad, la honestidad y un largo etcétera, que también suele pasar por el atractivo físico, la posición socioeconómica, la educación, la religión o la política. Si bien podemos encontrar lugares relativamente comunes, los estándares suelen diferir significativamente de una persona a otra, porque afortunadamente no todos somos iguales ni deseamos lo mismo.
Conocer cuáles son nuestros estándares es un proceso que nos permite ser cuidadosos con nosotros mismos, en la medida que nos ayuda a estar más conectados con lo que queremos y con aquello que no estamos dispuestos a tolerar. También contribuyen positivamente a ser más selectivos y eficaces en la elección de una pareja, así como a comunicar de forma respetuosa y asertiva por qué decidimos no seguir invirtiendo tiempo y esfuerzo en una relación.
En mi experiencia en terapia, he visto cómo las personas ganan un grado de conocimiento de sí mismas mucho más elevado a partir del ejercicio de identificar sus estándares y son capaces de nombrar y darle sentido en su relato a algunas cuestiones que les generaban malestar sobre sus relaciones de pareja. También movilizan decisiones y cambios significativos a partir de las mismas.
Por otro lado, contribuyen a “comerse” menos red flags. Es decir, a no pasar por alto situaciones que nos alertan sobre riesgos en la relación (como el control, la desvalorización, la mentira, la falta de empatía o la manipulación), que al fin y al cabo nos hablan de situaciones en las que se evidencia que la persona y/o la relación no está cumpliendo nuestros estándares.
- Los tres componentes del amor
La teoría triangular de Sternberg es una de esas cartas recurrentes que suelo jugar en la terapia. A mis consultantes les digo que imaginen el amor como una mesa de tres patas, si una de las patas falta, la mesa se cae. Estas patas son: la intimidad (la conexión emocional, la confianza, la cercanía), la pasión (el deseo físico y la intensidad emocional) y la decisión/compromiso (la decisión de amar y el compromiso de sostener el vínculo a largo plazo).
Estos componentes no son estables a lo largo del tiempo, de hecho, es sano y esperable que cambien en la medida que la relación y los miembros de la pareja también van cambiando. Por ejemplo, al inicio de una relación de pareja es común que la pasión esté muy presente, la intimidad sea incipiente y el compromiso sea casi nulo. Pero en el momento en que una pareja toma decisiones importantes como abrir o cerrar la pareja, vivir juntos o casarse, es deseable y esperable que cada uno de estos componentes se haya nutrido y fortalecido.
Cada relación tiene una configuración única de estos componentes, y conocerlos permite entender el momento particular que se está atravesando como pareja. En la conversación terapéutica se genera un proceso reflexivo que permite contar con una radiografía de la pareja a partir de estos elementos, identificar lugares en los que es posible trabajar y movilizar cambios, así como aquellos que quizá debemos aceptar que hacen parte de la evolución misma de la relación.
- Uno más uno son tres
Una de las ideas más poderosas con las que trabajamos dentro de la terapia de pareja se la debemos a Philippe Caillé, y es que, en una relación de pareja, uno más uno son tres. Cuando transmito esta idea a mis consultantes me suelen mirar con miedo, pues piensan que estoy sugiriendo que hay una infidelidad en la pareja, o que este tipo de triángulos son lo esperable.
En realidad, la idea es mucho más profunda y bonita: cuando dos personas emprenden esa aventura de ser pareja, no solo hay un “yo” y un “tú”, aparece un “nosotros” que requiere ser cuidado. Emerge una tercera entidad —la relación de pareja— con un reconocimiento tanto por parte de sus miembros como de la sociedad. Las características de cada pareja son mucho más que la suma de sus partes, es decir, trasciende las características propias de los individuos que la conforman. La introducción de esta idea suele provocar un giro generativo, en tanto amplia nuestras posibilidades de acción y comprensión. Pasamos de una perspectiva individual y lineal de comprender la pareja a una forma relacional y circular de comprender lo que ocurre en la pareja.
Un ejemplo que suelo usar con frecuencia es el de la pareja en la que cada uno de sus miembros explica por separado lo que les ocurre diciendo: “cuando ella se pone nerviosa y grita, yo me agobio y prefiero pasar”, mientras que la otra dice: “siento que él pasa tanto de mí y le importo tan poco, que me duele y me pongo de los nervios, así que termino gritando”. Cada uno describe la misma situación, pero su manera de puntuar le confiere un sentido diferente. Una comprensión relacional apuntaría a la complementariedad entre estas dos versiones, permitiendo identificar patrones recurrentes de interacción en la pareja. En terapia, trabajar en el reconocimiento del “nosotros” ayuda a salir de dinámicas en las que cada uno actúa e interpreta las cosas de forma individualista, sin considerar el impacto en la relación.
- Ser pareja vs. Tener pareja
Hay algunas personas que se relacionan con su pareja desde el deseo de compartir la vida, emprender proyectos juntos, ser un mutuo apoyo emocional, otorgando un lugar de prioridad a su pareja que les permita devenir en un “nosotros”, a lo cual llamamos relacionarse desde “ser pareja”; mientras que otras se relacionan desde un lugar de “tener pareja”, privilegiando su individualidad más que la idea de un “nosotros”. Están con su pareja por lo que les reporta a nivel emocional y/o material, porque coincide con sus circunstancias y en el momento les resulta conveniente.
Hablar sobre este tema en consulta supone nuevamente un proceso reflexivo que es al mismo tiempo complejo y generativo, pues permite conocerse mejor, pero también conocer mejor a nuestra pareja y el tipo de relación que hemos construido o podemos construir. No se trata de posiciones enfrentadas, sino de diferentes estilos relacionales. Ninguno es mejor que el otro, pero si tienen implicaciones significativas para la pareja, sobre todo cuando intentamos construir una relación con una persona con un estilo relacional distinto al nuestro, pues dichas relaciones pueden generar sufrimiento y frustración al no tener deseos coincidentes.
Las relaciones de pareja son un terreno amplio, fértil y con muchas aristas por explorar. Los seis puntos que he desarrollado aquí no consiguen abarcar la rica complejidad que pueden representar para quienes deciden apostar por este tipo de relaciones. Hay otros temas recurrentes en la consulta que ahora mismo vislumbro, como el peso del género y las transformaciones que han tenido lugar en este ámbito para las relaciones de pareja; la emergencia de nuevas formas y configuraciones de relaciones románticas y afectivo-sexuales, que van desde la pareja tradicional monógama y pasan por las parejas abiertas o las parejas poliamorosas; la decisión de tener hijos o las infidelidades. Cada una de ellas merecería un desarrollo y mención especial.
A modo de reflexión final, me gustaría agregar que las personas con las que trabajo me han enseñado que las relaciones de pareja pueden ser una magnifica oportunidad para el crecimiento personal, pero también una fuente de dolor, sufrimiento y, con esfuerzo, determinación y apoyo profesional, una posibilidad de transformación. En terapia, muchas personas descubren que lo que pensaban que era un “problema de pareja” es en realidad una oportunidad para conocerse mejor, revisar la historia de sus vínculos y relaciones pasadas y decidir cómo quieren amar y ser amadas.
Heinz Von Foerster decía que en el trabajo que hacemos desde la psicoterapia convenía seguir siempre unos principios éticos y estéticos, que deberían guiar tanto a los profesionales como a quien consulta. El primero reza “si quieres ver, aprende a hacer” y se refiere a la coherencia de los cambios que nos gustaría ver en el mundo con las acciones que realizamos. El segundo es una invitación a ampliar el abanico de posibilidades de comprensión a través de las reflexiones que tienen lugar en la psicoterapia. Esto puede multiplicar también nuestras posibilidades de acción y la manera misma en la que nos sentimos y el sentido que otorgamos a las cosas.
Por Luis E. González López
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