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¿Alguna vez te has preguntado por qué se repiten ciertos patrones en tu vida?

Es decir, quizás siempre acabas en relaciones de pareja que tienen características muy similares entre sí. O tal vez los conflictos y las discusiones que tienes suelen ser, muchas veces, sobre los mismos temas. O quizás sientes que tienes “mala suerte” en algún ámbito de tu vida, a pesar de tus esfuerzos o tu deseo por cambiar eso. O puede que seas una de esas personas que cree que no es lo suficientemente buena en cierta área, aunque los logros obtenidos muestren lo contrario. Estos solo son unos pocos ejemplos de ciertos patrones que, estoy seguro, ya sea en tu propia vida o en la de alguna persona cercana, puedes ver muy a menudo. Si bien es cierto que hay muchas variables y factores que influyen en este tipo de comportamientos, hay una que quizás sea, si no la más significativa, una de las que más: nuestras propias creencias.

Una creencia se podría definir como una idea o teoría que aceptamos como verdadera, independientemente de su origen o validez, sin tener necesariamente un argumento real que pueda respaldar dicha afirmación. Es decir, es una construcción mental que influye en nuestra percepción y que puede afectar a nuestro bienestar y nuestra salud emocional, física o social. Si además de nuestras propias creencias ponemos en juego dos conceptos muy conocidos en psicología, que son el sesgo de confirmación y la atención selectiva, tenemos el cocktail perfecto que podría explicar esa “mala suerte” en tus relaciones de pareja, en el trabajo, o porque siempre dejas las cosas para el último momento. Veamos cómo se relacionan estas tres variables entre sí.

Nuestro cerebro es una máquina biológica impresionante, con miles de años de evolución, capaz de, por ejemplo, reaccionar en 150-300 milisegundos a un estímulo visual, almacenar información durante años o incluso “engañar” al cuerpo (efecto placebo/nocebo). Dentro de esta complejidad, el cerebro ha desarrollado distintos mecanismos evolutivos que le han permitido ajustarse y moverse en los distintos ambientes y etapas por las que ha transcurrido el ser humano, y si bien es cierto que estas herramientas nos han permitido (y lo siguen haciendo) adaptarnos de la mejor manera a nuestro entorno, también pueden tener efectos no tan beneficiosos para nosotros en ciertas circunstancias, si no se aplican de manera correcta. Un ejemplo de esto podría ser el sesgo de confirmación.

La psicología define los sesgos como una tendencia mental inconsciente que influye en la forma en que percibimos la realidad, tomamos decisiones y recordamos la información. Estos sesgos surgen porque el cerebro busca atajos mentales (heurísticas) para procesar rápidamente la enorme cantidad de datos que recibe. Centrándonos en el sesgo de confirmación, la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo define como la tendencia a aceptar información que confirma nuestras ideas preconcebidas y a rechazar aquella que las contradice. Por lo tanto, este sesgo cognitivo puede influir en la toma de decisiones y en la interpretación de datos, llevando a conclusiones erróneas o parciales. Por otro lado, fijándonos en la segunda variable mencionada, la OMS define la atención selectiva como la capacidad cognitiva que nos permite enfocarnos en estímulos relevantes mientras ignoramos aquellos que no lo son. Lo curioso respecto a este último punto sería plantearnos ¿qué es un estímulo relevante? Porque dependiendo de qué consideremos relevante o no, nuestro cerebro tenderá a fijarse en ciertas cosas en vez de otras. Y aunque esto pueda parecer lógico, y de hecho es y ha sido muy útil para nuestra supervivencia como especie, lo interesante es preguntarnos qué ocurre si clasificamos de “relevante” una creencia limitante, por ejemplo. Pero, en definitiva, la conclusión a la que podemos llegar con todo esto, es que de alguna forma nuestro cerebro busca la manera de darnos un feedback externo sobre las ideas y convicciones que albergamos en nuestro interior. Entonces, ¿qué ocurre si, teniendo en cuenta el sesgo de confirmación y la atención selectiva, introducimos en esa ecuación una creencia disfuncional sobre los demás o (y más importante) sobre nosotros mismos?

Desde el mismo momento de nuestro nacimiento nos vemos influenciados inevitablemente por la cultura donde nacemos, ya no solo la social, sino (y quizás hasta más importante) la cultura familiar. El comportamiento de nuestros padres o cuidadores, y lo que nos dicen al respecto de nosotros, o de cómo funciona el mundo según su visión (es decir, sus propias creencias) nos condicionan y moldean desde el comienzo de nuestro aprendizaje. Si además de la herencia familiar y social le sumamos otros factores como los religiosos, morales, biológicos y posteriormente nuestra propia experiencia de vida, vemos de qué manera vamos adquiriendo creencias sobre nosotros mismos que nos influyen, condicionan y moldean nuestra vida sin darnos cuenta.

Vamos a poner un ejemplo para clarificar todo esto. Pongamos que de pequeño tus padres te decían que eres muy vago porque en un par de ocasiones no quisiste hacer ciertas tareas (por los motivos que sean) y tus padres empezaron a llamarte de esa manera. Con el paso del tiempo esto se convirtió casi en una costumbre, te decían que eras un vago siempre que no querías hacer algo en el momento que te lo pedían, y esas palabras de tus padres se acabaron convirtiendo en una etiqueta, y posteriormente en una parte de tu personalidad. Finalmente, tú tenías la creencia sobre ti de “soy un vago”. Así pues, y gracias a la ayuda del sesgo de confirmación y la atención selectiva (junto a otros factores), esta visión de ti mismo hace que, en el presente, te comportes y actúes de cierta manera para que haya coherencia entre tu creencia y tu comportamiento.

El supuesto anterior es solo un pequeño ejemplo de cómo nos puede afectar una creencia limitante, pero si cogemos cada creencia que tenemos y la ponemos bajo el microscopio, quizás nos demos cuenta de que la mayoría, primero no son ni nuestras, nadie nos ha preguntado si las queríamos, y segundo, es probable que muchas de estas creencias nos estén, de alguna manera, limitando, moldeando e interfiriendo de manera negativa en nuestra vida, haciendo que se repitan patrones o situaciones que no deseamos.

Por todo esto, es muy recomendable hacer un autoanálisis de nuestras propias creencias, y ver qué tipo de “etiquetas” nos ponemos a nosotros mismos, cuál es nuestra autopercepción y que autoimágenes tenemos, puesto que la mayoría de estas creencias funcionan generalmente de manera inconsciente, automática, y casi nunca las cuestionamos. Muchas veces, el impacto de las creencias limitantes en nuestra vida es mayor del que pensamos, pues tenemos un bagaje de estas que lo único que hacen es entorpecer o frenar nuestro crecimiento personal. Por ello es importante detenerse por un momento y reflexionar, ya que, de cierta manera, nuestras creencias marcan nuestras experiencias.

Robert Maglaviceanu

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